Larga vida!
!Hola, ven alegre dol, querida derry dol!
Ligeros son el viento y el alado estornino
Allá abajo al pie de la colina, brllando al sol,
esperando a la puerta la luz de las estrellas,
está mi hermosa dama, hija de la dama del rio,
delgada como vara de sauce, clara como el agua,
El viejo Tom Bombadil trayendo lirios de agua,
vuelve saltando a casa. ¿Lo oyes cómo canta?
!Hola ven alegre dol, derry dol!, alegre oh,
Baya de oro, Baya de oro, alegre baya amarilla.
Pobre viejo Hombre-Sauce, !retira tus raíces!
Tom tiene prisa ahora, la noche sucede al día.
Tom vuelve de nuevo trayendo lirios de agua.
!Hola ven, derry dol! ¿Me oyes cómo canto?
"Los arboles y las hierbas y todas las cosas que crecen en el bosque no tienen otro dueño que ellos mismos"
Parte II
Ambos viajeros comenzaron a ascender hacia la luz, el sendero era estrecho y muy empinado, y conducía en dirección hacia el este. Cuando la luz del día había terminado por completo y solo el brillo de la luna iluminaba apenas un poco, Ulkraig tomó a Arthur de un brazo y lo guió. A pocos metros una empalada no muy alta iluminaba el sendero con dos altas antorchas de resina de árbol. De cada lado de la puerta de la construcción de madera había dos altos troncos con un cráneo de humano de alguna raza gigante; eran cráneos de “titanes” del pasado.
- ¡Ulkraig ha retornado de las tierras sin libertad!, ¡abrid las puertas! – gritó Ulkraig mirando hacia arriba mientras se acercaba más a la puerta de madera.
En un instante las puertas se abrieron, y, aunque el frió abundaba, un gran grupo de pequeños niños y niñas salieron al encuentro del gigante. Unos se trepaban sobre su espalda y otros abrazaban sus piernas impidiéndole caminar.
– ¡Pequeño Lobo Blanco, pequeño Dientes, pequeña hidra roja! – saludaba Ulkraig a los pequeños niños con los nombres que se asignaban entre los aldeanos.
– ¿Ulkraig, estas bien?, ¿Cómo has regresado valiente hombre? – Preguntaban los demás grandes bárbaros – ¿Quién es el chico?
– Este chico es Arthur– dijo Ulkraig – gracias a él y a su amigo, estoy vivo entre ustedes esta noche. ¿Dónde se encuentra el gran Cabeza de Búfalo?
Arthur tenía los ojos muy abiertos observando desde el lomo de Tulsem este nuevo mundo tan diferente. Hombres y mujeres por igual, vestían gruesas capas de piel raída por todos lados, adornadas exageradamente con huesos con diseños esculpidos. Los pequeños niños vestían una especie de prenda que era solo una peluda falda, toscas botas hasta la rodilla y algunos de ellos no vestían nada sobre su torso, a acepción de las niñas que vestían blancas blusas de gruesas telas pero rasposas. Un extraño ruido salió del estomago de Arthur que rogaba por alimentos. Un delicioso aroma hipnotizo a Arthur mientras caminaban a través de la aldea saludando a todos, el chico no había sentido tanto placer en sus fosas nasales desde la vez que se perdió junto con Alexander en un pantano al haber perseguido a una bruja que rondaba por las zonas de Thundria en esos tiempos, ambos lograron regresar a su hogar tres días después, y durante el regreso lograron cazar un gran venado que cocinaron y cenaron esa misma noche; así olía exactamente el gran venado asado. Le pareció reconocer el aroma, no era venado, dedujo que era jabalí, cerdo o algún tipo de res.
– ¡Mi valiente muchacho!, sabía que tenía razón, ningún hombre entrenado por mi puede ser vencido – gritó una ronca voz desde lejos, una voz de alguien que se pasaba el día entero hablando y sus cuerdas vocales se agotaban al anochecer- ¡Abran paso!
– Me hace sentir honrado gran líder- gritó Ulkraig sonriendo. Entonces Arthur supo que llegaba el momento de ver en persona al gran Cabeza de Búfalo, el gran guerrero de cuentos que todo niño abría adorado conocer.
Dos grandes cuernos se asomaron por encima de la multitud.
– Debe ser más grande que Ulkraig – Pensó Arthur en voz alta.
– Ya lo verás – dijo Ulkraig soltando una pequeña risa.
De entre los aldeanos que rodeaban a Ulkraig y al chico, emergieron dos grandes y gruesos bárbaros del tamaño de Ulkraig; pero Arthur se llevo una pequeña sorpresa, los hombres cargaban, uno de cada lado, un sillón con base de hueso sobre el cual un pequeño y rudo hombre disfrutaba de la vista.
– Cabeza de Búfalo, es un honor volver a verle – dijo Ulkraig al pequeño hombre.
¡Es un enano! – se dijo Arthur a si mismo.
Arthur quedo con la boca abierta, las fantásticas historias que había creado el mismo, sobre Cabeza de Búfalo, se esfumaron de inmediato; sin embargo, encontró fascinante al hombre e inmediatamente trajo nuevas historias a su cabeza.
Era un hombre de gruesas facciones, sus músculos sobresalían sobre sus cortos brazos, su gran barba amarilla, al igual que su enredado cabello, era el hogar de cientos de pequeñas ramas, restos de comida y sangre. Una sucia piel de Búfalo con grandes cuernos, cubría su cabeza y parte de su espalda y hombros. Notables chapas rojas en sus quemadas mejillas reflejaban el duro trabajo de este hombre ante los ardientes reflejos del sol en el hielo.
– Vaya, así que tú has salvado a mi querido Ulkraig. No es mi hijo pero es como si lo fuera – dijo Cabeza de Búfalo.
– Tan solo he ayudado un poco – dijo Arthur tímidamente.
– No seas modesto, Arthur – dijo Ulkraig – sin ti, los guardias me habrían matado.
– ¡Por los espíritus de la tierra! – Exclamó el enano apuntando su mirada al viejo casco con cuernos que Arthur traía sobre su cabeza – ¿de donde sacaste este casco?
– ¿este viejo casco?, me lo obsequió un viejo amigo llamado Rumef cuando cumplí doce años, ahora tengo quince. Los aldeanos que se encontraban alrededor voltearon a ver a Arthur con asombro.
– El casco que tienes sobre tu cabeza, perteneció a uno de los primeros habitantes de Aima, el mismo guerrero que combatió junto a los tres druidas –
– Los tres druidas. Oh si, Ulkraig me contó de ellos –
– Así es chico, el cuerno roto de tu casco es producto de una feroz batalla de hace muchos siglos – dijo el enano –. Rumef fue el hombre que llegó un día hace muchos años, cuando yo aún era joven, y nos enseño su lengua. El hechicero de nuestra aldea, Nersemif, quien conservaba el casco que tienes tú ahora, lo obsequió a Rumef en gratitud. Deben estar hambrientos ambos, han llegado justo a tiempo para la cena.
En el centro de la pequeña aldea se encontraba la gran cabaña que se veía desde los pies de la montaña. Arthur la contemplo unos momentos y luego entró. Una gran mesa de madera abarcaba gran parte del interior de la cabaña, antorchas colgaban de las paredes, y también diversos tipos de armas y escudos de madera y hueso.
– Arthur, bebe esto, es la cerveza de tubérculo de la que te hablé – dijo Ulkraig colocando sobre la mesa un enorme tarro de madera escurriendo espuma.
Arthur dio un sorbo, y se hecho para atrás haciendo muecas de desagrado.
– ¡No puedo beber esto!, siento como si mi lengua hubiera lamido un gran arbusto espinado – dijo Arthur quien nunca había bebido ninguna bebida más fuerte que el aguamiel.
– Es que no eres rudo aún, tienes mucho que aprender muchacho. Solo los hombres suficientemente rudos y con suficiente valor logran beber todo el tarro – dijo Cabeza de Búfalo quien bebía un tarro igual de dos sorbos.
– ¡Basta de torturas! ¡Dejad al chico en paz! Yo te serviré deliciosos alimentos mi muchacho – dijo una gruesa mujer de gruesas trenzas rubias y enormes ojos azules que entraba de otra habitación en esos momentos – por cierto, ¿cual es tu nombre pequeño?
– Se llama Arthur, querida. ¿No vas a servir también a tu esposo? – dijo Cabeza de Búfalo quien se encontraba sentado al lado izquierdo de Arthur. A la derecha estaba sentado Ulkraig comiendo vorazmente un trozo de pan con un humeante caldo.
– Le pregunté al pequeño muchacho, déjalo que hable por si mismo – respondió la esposa de Cabeza de Búfalo.
Los chicos de la edad de Arthur, en esa aldea eran notablemente mucho más grandes que él físicamente. Muchos de los niños de la aldea estaban de pie alrededor de la mesa con su mirada curiosa atenta a Arthur.
– ¿Qué es esto?, es delicioso – dijo Arthur con un bocado en la boca de un gran trozo cuadrado de carne de un color ligeramente rosado por dentro y amarillento por fuera – debe ser jabalí, o aún mejor, venado –
– Eso que tienes en la boca es carne asada de Duglerid – dijo Ulkraig riendo junto con los demás bárbaros que cenaban juntos.
– ¿Duglerid? – Arthur dejo de masticar el bocado que tenía en la boca mirando el trozo de carne con los ojos muy abiertos – ¿Qué es un Duglerid?
– Come tranquilo muchacho, no te hará daño; pero disfrútalo, los Duglerids no crecen en los árboles, esta mañana tuvimos suerte y encontramos la cueva de un Duglerid en la montaña; cazamos a uno muy grande – dijo Cabeza de Búfalo.
– Lo que estas comiendo es carne de un reptil más grande que un caballo – dijo Ulkraig – probablemente descendiente de los dragones, pero con un defecto genético; no tienen alas. Se podría decir que es la última especie similar a un dragón.
– Desearía haber visto un dragón antes de que desaparecieran de nuestro mundo– dijo Arthur desanimadamente.
– Incluso aunque hayan desaparecido, tienes toda la capacidad para contemplar a uno si así lo deseas – dijo Ulkraig en un tono misterioso– no están desaparecidos del todo, Arthur.
– No digas tonterías Ulkraig, ya comienzas a hablar como el viejo loco de Nersemif, tan solo ilusionaras al muchacho – interrumpió rudamente Cabeza de Búfalo – ningún dragón ha sido visto en siglos.
– ¡Te equivocas enano! – un hombre de avanzada edad los sorprendió con su exclamación – eres tan incrédulo como lo era tu padre. Los dragones existen, y yo mismo tuve una conversación con uno cuando era más joven.
El anciano vestía una túnica blanca y limpia que resaltaba con la sucia ropa de los demás aldeanos. Un gorro de piel de oso, con infinidad de ramas y piedrecillas colgando, cubría su canosa cabeza. En su mano sostenía una larga vara de madera cubierta con hojas rojas que Arthur jamás había visto. Su espalda estaba encorvada haciendo que su blanca barba llegara casi hasta el piso.
– No hagas caso a este viejo loco Arthur, te contará las historias de sus viajes donde se encontró con mágicas criaturas. Toda esta fantasía es producto de su vejez –
– Los dragones habitan lugares fuera del alcance de los hombres. No se han aparecido en este reino ni en ningún otro cercano en siglos por culpa de gente como tú, Cabeza de Búfalo. Y si continúan cazando a los Duglerid, en pocos años se marcharan a tierras lejanas evitando a los humanos para nunca ser vistos, ¡jamás! –
– Basta de tonterías, los Duglerids, todos los reptiles y cualquier cosa que se mueva, a excepción de los humanos, fueron creados para que nosotros, los Aima, no los comamos. Y los dragones se extinguieron hace cientos de años, ya no existen, tienes que aprender a vivir sin ellos viejo loco.
El anciano levanto un poco su blanca túnica y mostró su pierna.
– Esta cicatriz es el recuerdo de mi primer encuentro con un dragón, cuando no sabía como comportarme frente a uno – dijo el anciano mostrando una larga cicatriz debajo de su rodilla.
En ese momento la grande esposa de Cabeza de Búfalo dio tres fuertes golpes contra la mesa y todos cerraron inmediatamente la boca.
– Ya basta de sus tonterías, a quien le importa si existen o no los dragones. Ustedes dos no saben comportarse cuando hay invitados – dijo la mujer mirando fijamente a al enano y al anciano. Luego se dirigió a Arthur con una dulce voz– pequeño Arthur, disculpa a estas dos bestias que están presentes. Es imposible cerrarles la boca cuando se encuentran en la misma habitación. Traeré más pescado asado relleno de queso.
– No se preocupe, es tan divertido escuchar a ambos. Y creo que estoy suficientemente lleno, gracias – contestó Arthur amablemente.
Después de comer de la forma en que solo un bárbaro lo podría hacer, Arthur salio de la cabaña a tomar un poco de aire fresco y a contemplar la aldea. Las madres de los pequeños comenzaban a llamarlos para que dejaran de jugar entre la nieve y el sueño los atrapara. Algunas horas después, cuando el sueño había atacado a Arthur, y la mayoría de las fogatas y el fuego de las chimeneas de las casas de habían apagado, y se había decidido regresar a la cabaña de Cabeza de Búfalo, donde le habían arreglado un cuarto solo para él, en el fondo de la aldea Arthur distinguió una casa diferente a las demás; entonces el chico se aproximo a esta para verla mejor. Era una casa hecha asimétricamente de piedra, y estaba forrada casi completamente por raíces, plantas y musgo, a excepción de la chimenea por la que salía humo.
– La construí yo mismo cuando tenía un poco más de tu edad – dijo el anciano que discutía con Cabeza de Búfalo en la cena, apareciendo de la nada detrás de Arthur – disculpa por mi falta de educación al no haberme presentado durante la cena, pero Cabeza de Búfalo no dejaba de atacarme. Puedes llamarme Nersemif, soy notablemente el más viejo de la aldea. Soy al que llaman hechicero o curandero; pero realmente soy un druida, término que difícilmente algún cavernícola de los Aima sabe.
– Yo soy Arthur, que supongo que ya lo ha de saber; la aldea completa lo supo un minuto después de que llegué –
– Así es Arthur. Es difícil tener momentos de paz en esta aldea. Cualquier otra persona de Thundria habría perdido ya su cabeza si pusiera un pie sobre las montañas Aíma. Es una lástima que tengamos una guerra contra tu pueblo, pero se niegan a devolver algo muy peligroso que nos pertenece –
– Vaya, Ulkraig me ha hablado de los druidas –
– Ulkraig es un hombre inteligente, al igual que su padre lo fue. Es una lástima que haya sido devorado por monstruo del mar –
– Puedo ver que la bella vara de hojas rojas que trae en sus manos no es un bastón. Las historias cuentan que los magos las llenaban de magia y las usaban para conjurar. ¿Es verdad esto? –
– ¿Qué si es verdad? Ven te mostrare lo que un druida es en realidad –
Arthur y Nersemif se introdujeron en la rara casa de piedra, y la puerta se cerró. El interior de la casa de Nersemif no era muy diferente al exterior, de las paredes emergían y del techo colgaban verdes y delgadas raíces enroscadas en largos espirales. Siete escalones cerca de la entrada, ascendían hasta llegar a una única ventana cerrada por dos pequeñas puertas de madera. El interior de la casa era como un círculo chueco con algunas prominencias salientes en el fondo de esta, que guiaban a una pequeña cocina y a una habitación suficientemente grande para una cama chica, pero suficientemente pequeña para dos. Un tapete circular, al igual que la casa, abarcaba la mayor parte de la casa. Nersemif se sentó sobre el tapete frente al cálido fuego de la chimenea y luego invitó a Arthur a que hiciera lo mismo.
– ¿Cómo es que siendo el más viejo de la aldea, no luces como ninguno de los demás Aima? – preguntó Arthur
– No luzco como uno puesto que no soy un Aíma a pesar de que nací aquí – dijo Nersemif – mis padres fueron capturados y aprisionados por los abuelos de los bárbaros que has visto esta noche; sin embargo, cuando yo nací, los bárbaros me trataron al igual que un niño Aima, lo que me hizo convertirme en uno de ellos.
– Siendo sincero, eres muy diferente a todos los demás Aíma. Si fuiste criado por ellos y como ellos, ¿Cómo lograste convertirte en un druida? –
– Fui criado como uno de ellos, pero mi sangre no era Aíma. Exactamente cuando cumplí dieciocho años, ya había explorado la mayor parte de la superficie de las montañas Aima, entonces, mis instintos me guiaron más lejos de los alrededores de las montañas donde nací. Dejé las montañas Aíma por muchos años, y me adentre en la aventura. Poco a poco los relieves se hacían más y más extensos y extraños. Los bosques eran diferentes a los de nuestras tierras, criaturas se escondían, y la tierra estaba viva; guardaba secretos. Había algo ahí que me intrigaba mucho pero no sabía que era. Me refugié en los extraños bosques por muchas décadas. Aprendí a ser uno con la naturaleza, y la naturaleza me ofreció ser una conmigo –
El frío había acariciado a Arthur nuevamente, quien miraba fijamente el fuego de la chimenea escuchando atentamente lo que el viejo druida le contaba. Nersemif agitó su rojo tirso contra el fuego, y este se expandió hasta llegar a ellos. Arthur se echó para atrás temiendo ser quemado por las flamas.
– Acércate muchacho, tan solo he aumentado las flamas y bajado su temperatura. Aprendí a controlar la temperatura del fuego después de una mala noche en la que accidentalmente quemé mi barba – dijo Nersemif con la cara dentro del fuego.
Arthur se acerco lentamente con un poco de incredulidad. Nunca había visto a alguien hacer magia de verdad. Toda la magia que había visto en Thundria, eran los trucos baratos de Eduart.
– ¿Cuanto tiempo ha pasado desde que tu báculo te pertenece Nersemif? – preguntó Arthur.
– Exactamente la mitad de mi vida. Tan solo divide entre dos, cinco veces cien –
– ¡Eres más viejo que cualquier persona que haya conocido en mi vida! Pero dime ¿Cómo sabes con exactitud todo lo que dices, cómo es que tienes aún recuerdos de tantos años atrás, y por que las hojas de tu báculo no se han secado después de miles de años? Oh y disculpa mi gran interrogatorio – rió Arthur.
– Si no supiera todo con exactitud, mi magia podría haberme matado hace años. Un druida nunca pierde su memoria, y puede retroceder en su mente hasta el momento de su vida que desee. Oh, y esto no es un báculo, es un tirso. Los tirsos son hechos por la magia del druida que lo portara. Me costó mucho trabajo conseguir el material correcto. La naturaleza se negaba a obsequiarme un poco de las bellas hojas rojas que vez aquí. No se han marchitado por que son hojas que se marchitan cada mil años, y nacen cada mil años en un solo bosque.
– Vaya, toda una eternidad –
– ¿Guardarías un secreto Arthur? –
– Por supuesto, quedará hasta el fondo de un baúl en mi cabeza –
– Mi vida se ha extendido un poco más de lo que un ser humano común viviría por una razón. La planta Lomk, la madre de estas valiosas hojas rojas, me permitió comer una de las hojas hace cincuenta años; eso ha extendido mi vida por mucho tiempo. Se debe ser muy cuidadoso al hacer esto. Es muy peligroso que cualquier ser vivo lo haga, los efectos pueden ser catastróficos.
Nersemif siguió contando a Arthur fantásticas historias y aventuras de su juventud durante un par de horas.
– Será mejor que regreses a casa de Cabeza de Búfalo, y duermas. La noche pronto terminará – dijo Nersemif levantándose del suelo y estirando su espalda.
– Ha sido un placer charlar contigo, Nersemif. Hasta mañana – dijo Arthur mientras salía de la pequeña casa de piedra.
Cuando salió, notó que el fuego de las demás casas y cabañas se había apagado por completo. Tan solo la luz de la luna le guió hasta casa de cabeza de Búfalo donde una cama en un cuarto en el piso de arriba le aguardaba.
Arthur aún tenía ambos ojos cerrados cuando Ulkraig entró en la pequeña y cálida habitación de Arthur al amanecer.
– ¡Arthur, despierta!, tenemos cosas que hacer – dijo Ulkraig sacudiendo al chico bruscamente.
– ¿Qué pasa, por que tanto alboroto? – dijo Arthur con los ojos apretados y bostezando.
– Te mostraré la granja de Cabeza de Búfalo. Soy yo quien la mantiene –
– ¿Vives en la misma casa que el líder y su esposa? –
– No, pero puedo estar aquí siempre que quiera. Cabeza de Búfalo es como mi padre. Cuando mi padre murió, yo tenía diez años. Durante quince años Cabeza de Búfalo cuidó de mí, luego construí mi propia cabaña donde he dormido durante los últimos dos años.
Arthur se puso sus botas cafés que se habían agujerado y gastado bastante durante todo el viaje. Tomó su pesado casco con cuernos de una mesa de noche que se encontraba del lado derecho de la cama, y se lo puso.
– Ha nevado bastante durante la noche, no pensarás salir con esas rotas botas, ¿o sí? – dijo Ulkraig mirando las agujeradas botas de Arthur que se acomodaba su capa de piel de Bolmerg.
– No tengo otra opción –
– Saca un poco de paja de la cama y ponla dentro de las botas. Antes de mostrarte la granja iremos con el zapatero para que te haga unas nuevas –
Arthur hizo lo que Ulkraig le dijo, y luego salieron de la cabaña. La nieve cubría los pies de las personas un poco más arriba del tobillo. No muy lejos, después de caminar durante algunos minutos de un extremo de la aldea al otro, llegaron a una casa hecha de pieles y palos. Entraron por una puerta hecha de tela y Ulkraig saludo al sastre.
– Dursek ¿Cómo has estado? – dijo Ulkraig
– Hasta que se te ocurre aparecer por aquí Ulkraig. ¿Vienes por nuevos pantalones? ¿Necesitas que parche tu capa de Bolmerg? – dijo un hombre de avanzada edad vestido con finas ropas con botones. Dos delgadas trenzas cafés colgaban de su barba. Su cabeza con poco pelo reflejaba a Ulkraig perfectamente.
– El es Arthur, me ha ayudado durante mi escape de Thundria. Es una larga historia que luego te contaré. Mira sus botas y sabrás lo que necesitamos –
– Es un trabajo urgente – dijo Dursek – estarán listas en un par de horas. Creo que la paja que les has puesto te protegerá mientras hago mi trabajo.
Ulkraig Y Arthur se despidieron y se dirigieron a la gran puerta de madera por la que entraron a la aldea. Salieron de la aldea cargando cubetas de madera e instrumentos para las labores de la granja, luego rodearon la empalada y siguieron ascendiendo a través de una colina en la montaña.
– Ulkraig, ¿como les fue robada la daga de (algo?)? – preguntó Arthur sin detener su caminata –
– Fuimos engañados por los Trolls – dijo Ulkraig con un acento serio – cada cinco años representantes del reino Edrihen, donde el rey troll, "Turjo", mueve a todos sus súbditos, vienen a dar noticias de su reino y a negociar pasivamente con Cabeza de Búfalo u cualquier otro líder. Pero en la última visita, hace más de diez años, los trolls nos engañaron y desenterraron la daga del lugar donde mis ancestros la habían escondido hace siglos.
– ahora entiendo, luego a los trolls les fue robada. Pero dime ¿intentaron recuperarla de los trolls cuando aún la tenían ellos?
– Contemplamos esa idea por algunas semanas, pero decidimos no hacerlo. Los trolls nos superan desproporcionadamente en número. Las montañas Aíma están habitadas por cuatro aldeas incluyendo esta, cada una con un líder, y el número de habitantes en estas tierras que no pertenecen a reino alguno, no supera los dos mil –
– ¿Y por que no han intentado, los trolls, robar la daga en Thundria? –
– Por que no saben que yace escondida ahí. Y aunque supieran, dudo que encontraran alguna vez Thundria, son distancias inimaginablemente largas de un reino a otro. Además no es conveniente para nuestro pueblo que los trolls la recuperen. Si invadir Thundria nos resulta una labor difícil, invadir Edrihen sería imposible. Las antiguas alianzas han sido separadas. Los líderes han olvidado el pasado de nuestras culturas.
– Es triste escucharlo – dijo Arthur pensativo.
En la colina sobre la enorme montaña, un extenso corral con zonas techadas estaba construido. Hermosas vacas pintas (cafés con blanco), ovejas, cerdos y algunos venados pastaban dentro. Un perro negro ovejero comenzó a ladrar y corrió hacia los dos humanos.
– ¡Müd, ven aquí! – dijo Ulkraig extendiendo sus brazos mientras el perro se lanzaba a él y comenzaba a lamer su rostro – Arthur, te presento a Müd, un viejo perro que encontré hace muchos años perdido en la montaña. El me ayuda a pastorear a las ovejas.
– Ven Müd, déjame verte – le dijo Arthur al perro, y este acercó su cabeza para que Arthur lo acariciara.
Müd acompaño durante un largo rato a la pareja mientras ellos ordeñaban vacas y alimentaban a los otros animales. Ulkraig hizo probar a Arthur caliente y espesa leche recién extraída de una enorme vaca, lo que le hizo vomitar poco después.
Después de algunas horas volvieron a la aldea donde Dursek, el sastre. Entregó unas gruesas botas de tersa y fina piel, con la parte más alta de la bota cubierta con suave pelo de conejo o algún animal similar.
!Bienvenidos sean a La taverna de las Largas Barbas!
Debéis tener cuidado de no ser un hombre con espíritu mortal si es que queréis poner un pie sobre la taverna.
!Y que esperáis forastero, venid aquí, bebed una caliente bebida y escuchad las historias!
Sabio del Bosque

El viejo y sabio mago vagabundo habita en el bosque cerca de nuestra taverna en donde de vez en cuando se aparece magicamente para contarnos muchas de sus increíbles historias... mas de setecientos años de historia le acompañan...
About Me

- Therovanik
- Y pasan por aquí los frios vientos invernales de las tierras nordicas.
Miembros de la larga mesa del bufalo
Aulë Señor de las Montañas

Aulë, el creador de los Enanos y de la inmensa roca, asiste a escuchar una buena historia aquí durante esas noches frias de invierno.